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15.5.15

Las palabras que entendemos todos





Un taller en México ofrece desponchadora. | El País.

 Carro, auto, máquina, coche son variantes regionales de una misma palabra, automóvil, a la que el mundo hispanoparlante reconoce sin problemas. Sobre esa base, existe un proyecto de un diccionario del español universal.     

Acera, vereda, andén, sendero o banqueta son palabras que nombran lo mismo: la ‘orilla de la calle o de otra vía pública, generalmente enlosada, sita junto al paramento de las casas, y particularmente destinada para el tránsito de la gente que va a pie’. En Argentina, se usa más vereda.
En España y en México, el ordenador es lo que aquí llamamos computadora y en otros lugares de América, computador.
En España se dice coche, pero en México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia, Venezuela y Perú, carro. En Cuba usan máquina (también en la República Dominicana y Puerto Rico), mientras que auto se oye con mucha frecuencia en Argentina, Chile y Uruguay. Ahora bien, en todos esos países se conoce como equivalente general la palabra automóvil.
¿Y por qué todo esto? En un artículo en El País, Álex Grijelmo cuenta que, desde 1997, y coordinado por el prestigioso lingüista mexicano Raúl Ávila, existe un proyecto para elaborar un diccionario internacional de la lengua española, con todas las palabras del español general (las que entiende cualquier hablante), el término más común o mayoritario en los distintos países y los casos en que se dan divergencias entre ellos. En definitiva, un Diccionario del español universal.
En su elaboración participan 26 universidades de 20 naciones, pero nadie sabe cuándo se podrá terminar. El proyecto se denomina oficialmente Difusión del Español por los Medios (DIES-M), un título modesto, dice Grijelmo. Ante la imposibilidad de abarcar con un sentido científico el vasto mundo del idioma, los filólogos involucrados se han dedicado a analizar el vocabulario de los medios de comunicación de todos los países, para extraer sus afinidades y sus divergencias.
De momento, ya han comprobado que más de un 90% del léxico forma parte del “español general” (esas palabras como mesa, silla, soñar, dormir…). Y que también se dan divergencias, por supuesto; escasas, pero que acarrean sus problemas. En el caso de coche, auto, carro, la palabra automóvil sería la adecuada para un texto que aspirase a ser recibido como natural por el 100% de los hablantes, aunque sólo a un 35,5% lo use en una conversación.
¿Y para qué serviría este empeño?, pregunta Grijelmo, usando un término de uso infrecuente en estas tierras. Para que todos los fabricantes de aparatos o todos los laboratorios farmacéuticos o todos los subtituladores de películas o todos los redactores de noticias que trabajan en español con destino a un público internacional pudieran elaborar un solo manual o prospecto, o una sola traducción, un solo programa de contestación automática verbal en consultas telefónicas de vuelos o de hoteles.
El proyecto pretende abarcar el estudio de las principales variantes del idioma, jerarquizadas por su grado de difusión internacional, nacional y regional a través de los medios. De tal modo, quienes sean capaces de usar ese “español internacional” en la comunicación verán reducidas las barreras léxicas para sus proyectos, ya fueran editoriales, periodísticos o tecnológicos.
Ese propósito de acercar las distintas variantes del idioma se parece mucho a lo que se denomina español neutro. Sin embargo, advierte Grijelmo, se llegaría a él con una base académica y científica, y no se convertiría en un idioma español de ningún sitio, sino en un idioma de todos o al menos de la mayoría.

Quienes sean capaces de usar ese “español internacional” verán reducidas las barreras léxicas para sus proyectos.

Grijelmo menciona un ejemplo: un traductor que lleve al español una novela de  Paul Auster puede escribir en un momento dado la palabra cerilla, opción que le sonará extraña y hasta extravagante a un lector de México (quien diría cerillo),  pero eso no ocurriría si la tradujese como fósforo (término usado en España y en casi toda América, y entendido por cualquier hablante). Si se pone cerilla en boca de un personaje de Auster, muchos hispanoamericanos pensarán que ha de tratarse por fuerza de un personaje español.
Porque, como sostiene Ávila, los traductores parecen ignorar que, aparte de americanismos, también existen españolismos. Y el diccionario habrá de marcar como tales algunos miles de esos vocablos que ahora la Academia muestra como integrantes del español general y que sin embargo sólo se usan en España: mechero, bragas, bañador o cotillear, por ejemplo.
José Antonio Pascual, vicedirector de la Real Academia, elogia este reto de Raúl Ávila, y, como se sabe que el proyecto no podrá abarcar todo el ámbito del español (el léxico de cada pueblo, de cada aldea), “la elección de un amplio corpus de la prensa es lo indicado: no sólo por la comodidad que ello supone, sino porque es el más cercano a lo coloquial, mucho más cercano que, por ejemplo, la lengua literaria”.
Luana Ferreira, neoyorquina de padres dominicanos, defendió el pasado abril en la City University de Nueva York una tesis (Densidad léxica: estudio comparativo entre la prensa hispana de Estados Unidos e Hispanoamérica) en la que se comparan tres periódicos estadounidenses en español (de Los Ángeles, Miami y Nueva York) con otros tres de la América hispana (México, Colombia y Argentina). La conclusión es que las palabras marcadas como ajenas al español general suponen menos del 1%. Según se lee en la tesis, se usan 10 anglicismos en la prensa norteamericana por cada 10.000 palabras y el 99,8% de los vocablos escritos en los periódicos de Hispanoamérica y el 99,7% de los términos de la muestra estadounidense están registrados en el Diccionario de la Real Academia Española. A ello hay que añadir que, por ejemplo, ni bicisenda (Argentina), ni carril bici (España), ni ciclopista (México) figuran en el Diccionario, pero cualquier hispanohablante las entenderá cuando lleguen a sus oídos por primera vez. Un español peninsular no dice platicar ni plomero, pero entenderá perfectamente al mexicano que use esos términos.
¿Acaso la neutralidad no lleva al empobrecimiento? Humberto López Morales, secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española, escribió en su libro Aventura del español en América: “Se piensa, equivocadamente, que la buscada neutralidad se consigue simplificando la lengua, reduciendo el vocabulario a mínimos insospechados”. Al contrario, esos trabajos contribuyen a resaltar la riqueza y la variedad del idioma: un solo concepto dispone de muchas formas para ser expresado.

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