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5.6.15

Por qué ser una zorra es malo y ser un zorro es bueno







 Más de 50 palabras en español sirven para llamar prostituta a las mujeres. Sin embargo, los mismos términos en masculino destacan cualidades positivas. El lenguaje machista.    

La República | CORRIENTES

“¡Qué obsesiones continúan adheridas a nuestra cultura para que tantas palabras de uso común, en femenino, designen invariablemente a una prostituta!”, se pregunta María Irazusta (autora de Las 101 cagadas del español) al “insultante sexismo” en su último libro, una biblia del insulto titulada Eso lo será tu madre. Y da algunos ejemplos: “Siendo un zorro un hombre astuto, una zorra es una prostituta. Y, por supuesto, nada tiene que ver un respetable hombre público con una mujer pública, una prostituta. Es que, además, un fulano es alguien sin identificar, mientras que una fulana es una prostituta; un golfo es un pillo, un juerguista, en cambio una golfa es una prostituta; un cualquiera es un pobre don nadie, mientras que una cualquiera es una prostituta; y aquel que no tiene un destino determinado y está perdido nos produce cierta aflicción, mientras que una perdida es una prostituta. Y no teniendo lobo atisbo de menosprecio, una loba puede ser desde una femme fatale, devoradora de hombres, hasta –¡cómo no!– una prostituta...”.
Estas evidentes muestras de sexismo lingüístico recuerdan la necesidad de reflexionar cuando se usan determinadas palabras de las que se desprende una marcada discriminación hacia las mujeres. Es la invitación que hace Clara Ferrero en un artículo en el diario español El País, donde recalca que si insultar tiene el cometido de ofender a alguien dándole donde más duele, analizar el sinnúmero de palabras que en castellano sirven para tachar a las mujeres de putas (existen más de 50 términos que van desde fulana a meretriz pasando por mujerzuela, lumi, ramera o pelandusca) nos ayuda a hacernos una idea de lo que la sociedad espera de ellas.
La falta de pureza y decencia son el blanco principal de los improperios dirigidos a las mujeres porque son cualidades que tradicionalmente se les ha exigido poseer. Pero incluso cuando el agravio va dirigido a un hombre, terminan siendo las afectadas las féminas que forman parte de su vida. ¿Cuántas veces son mentadas, por ejemplo en un campo de fútbol, las madres y novias de los jugadores?, ¿en cuántas ocasiones utilizamos nenaza, maricona o cualquier otra palabra en género femenino para aumentar el tamaño de la ofensa?

Hasta los animales salen ganando: no es lo mismo un gallo (hombre fuerte y valiente) que un gallina (cobarde, pusilánime). 

Más allá de los insultos y tacos, la imagen estereotipada y negativa de las mujeres se extiende al refranero (“La mujer que no es hacendosa, o puta o golosa”), los neologismos o los eufemismos y llega a expresiones tan coloquiales y repetidas como “esto es un coñazo”  [coño es en el español peninsular vulva o vagina y se emplea para diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado].
El hombre, sin embargo, sale bastante mejor parado. Sus genitales tienen connotaciones positivas (“esto es la polla”, “esto es cojonudo” o “poner los cojones [testículos] sobre la mesa” [“poner huevos”, en América]), los refranes reafirman su supremacía frente a la mujer e incluso hacen apología de la violencia de género (A la mujer y a la burra, cada día una zurra), ciertas palabras tienen distintas connotaciones dependiendo del sexo al que hagan referencia (gobernante/gobernanta, verdulero/verdulera, secretario/secretaria) y hasta los animales salen ganando cuando se escriben en masculino (un gallo es un hombre fuerte y valiente, mientras que un gallina define a una persona cobarde, pusilánime y tímida).
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) ha hecho desaparecer algunas de las acepciones machistas más denostadas en su última edición (lo femenino ya no equivale a débil y endeble; gozar ha dejado de ser 'conocer carnalmente a una mujer' y se es igual de huérfano tanto si se ha perdido al padre como a la madre), aún hay infinitas referencias sexistas y palabras discriminatorias (hay una entrada sobre el tema en este blog).
En un momento en el que el debate feminista lo invade todo, se hace fundamental reivindicar que el lenguaje –principal instrumento para expresar las ideas y reflejar la cultura de un determinado lugar en una situación concreta– vaya evolucionando y dejando en desuso las palabras que alimentan las diferencias entre hombres y mujeres. Si el diccionario es un reflejo de la realidad y del lenguaje que utilizan sus hablantes, podemos empezar por “poner los ovarios sobre la mesa”, utilizar zorra para destacar lo lista que es nuestra vecina del quinto sin importarnos con quién se acueste o darle un poco al coco e inventar una correspondencia femenina para palabras que no la tienen como hombría o caballerosidad

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